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A los 78 años, murió la cantante Raffaella Carrá

"Raffaella nos ha dejado. Se ha ido a un mundo mejor, donde su humanidad, su inconfundible risa y su extraordinario talento permanecerán para siempre" anunció su compañero Sergio Japino.

Raffaella Carrá, la reina italiana que en los ’70 y ’80 se volvió parte del paisaje argentino al son de «03-03-456», la amiga de Diego Maradona, la mujer que huyó de Hollywood «para no caer en la maldita cocaína» y dejó como slogan sudamericano «para hacer bien el amor hay que venir al sur» murió a los 78 años, en Roma.

Nació el mismo año que Mick Jagger, George Harrison y Roger Waters (1943). Su lápida podrá decir eso mismo que alguna vez pregonó: «Aquí yace la mujer que hizo bandera de la libertad del cuerpo, la que disfrutó de la liberación sexual feminista en tiempos en que sus arqueos de cuerpo eran denunciados».

Estatua de la libertad boloñesa, sus seguidores le atribuyen el hito de la provocación al clero mucho antes de Madonna. Se atrevió a enseñar el ombligo en pantalla (hoy casi un chiste), «revolución» que generó una pequeña crisis entre la RAI y el Vaticano. Tuca Tuca era la coreografía que escandalizaba a los sacerdotes, pero Raffaella salió triunfante de esa insólita batalla. Fue una recordwoman con más de 60 millones de discos vendidos

La Argentina la recordará, entre tantas otras huellas, por haber sido la musa de Susana Giménez. El ciclo Hola Susana estaba inspirado en Pronto, Raffaella. «Cuando Ovidio García pidió permiso le dije: ‘¿pero quién lo va a hacer? ¿Susana? ¡Perfecto!’. Y ella lo hizo maravillosamente bien», despejó con dulzura cualquier tipo de rivalidad mediática.

La agencia de noticias ANSA cita a Sergio Japino, quien fue su compañero durante décadas. «Raffaella nos ha dejado. Se ha ido a un mundo mejor, donde su humanidad, su inconfundible risa y su extraordinario talento brillarán para siempre». Su entorno no dio más detalles que «una enfermedad atacó ese cuerpo suyo tan diminuto, pero tan lleno de energía desbordante».

Nacida como Raffaella Maria Roberta Pelloni, a los 9 años debutó en el cine. Formada en el Colegio Español de Bologna, «una institución sofisticada, comandada por estrictas monjas», su primer sueño era ser coreógrafa, pero la oportunidad de lo actoral se presentó demasiado pronto.

La familia había viajado a Roma, el destino los cruzó con el director Mario Bonnard, quien buscaba a una niña de su edad para el filme Tormento del passato, y Raffa comenzó así su romance con la industria. Con la mayoría de edad se inscribió en el Centro Sperimentale di Cinematografia. Al final de la cursada, Florestano Vancini la eligió para La larga noche del ’43, una historia con guión de Pier Paolo Pasolini en la que tuvo un rol pequeño pero que le sirvió para mostrar su dramatismo.

Su película más destacada fue, tal vez, I compagni, 11 años después, dirigida por Mario Monicelli, junto a Marcello Mastroianni. Las puertas de Hollywood se abrieron con ciertas reglas, pero la italiana no estuvo dispuesta a seguirlas. En 1966 participó en los Estados Unidos de la serie I Spy, con Bill Cosby, el actor que más tarde fue preso por violación. En cine protagonizó El expreso de Von Ryan, con Frank Sinatra.

«¿Por qué no quedarme en la meca?” Cuando terminaban de rodar, todos iban a alcoholizarse o a tomar cocaína. Esa vida no me gustaba. Mis padres estaban separados. Mi padre no quería que yo incursionara en esto porque creía que estaba lleno de gente rara, que podías perderte enseguida. No estaba tan equivocado».

«La TV llegó como un accidente. Me pusieron como presentadora del programa más importante de entretenimiento de la televisión pública italiana, Canzonissima. Mi primer disco llevaba la sintonía del programa. Así empezó todo», evocaba. «El baile y la palabra son lo mío; el canto es sólo un aderezo». A su imán se sumaba la elección de trajes que ella misma arengaba como estrategia. «Alguna vez le dije a mi diseñador: ¿Qué te parece si a este mono le alargamos la espalda descubierta hasta que se me vea el principio del culito?».

El desembarco porteño llegó durante la dictadura militar. Protagonizó la película argentina Bárbara, con Jorge Martínez, dirigida por Gino Landi (en 1980) y llenó teatros y estadios como el Amalfitani o el Kempes. «Cuando llegué con la canción que decía ‘para hacer bien el amor hay que venir al Sur, tuve que cambiar la letra para que no me censuraran», advertía. «Pasé a decir ‘para enamorarse bien'».

La última vez que pisó la Argentina fue en 2005, para visitar a Maradona en La noche del 10 (El Trece). En aquel aterrizaje se prestó a un especial del canal, conducido por Jorge Guinzburg, bailó como si no hubiera pasado los 60 y gambeteó la pregunta del millón: «¿Un viejo romance con Diego? Él era un seductor empedernido».

No tuvo hijos. «La vida no quiso», aseguraba cansada ante la pregunta insistente, pero se jactaba de «otros hijos», integrantes de la comunidad LGTB, que la condecoraban como reina del WorldPride. «¿Por qué gusto tanto a esa comunidad? Moriré sin saberlo», respondía hace tres años en una entrevista con Il Corriere della Sera. Sus dos grandes amores: Gianni Boncompagni primero, y Sergio Japino luego. Con ambos mantuvo largas relaciones, pero sin pasar por el altar. (Fuente: Clarin)

 

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