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Argentina recuerda su consagración en el Mundial de México ’86

La gesta de México ‘86 supone una de las más luminosas de la historia del deporte argentino propiamente dicho, en la medida que reunió una gama de matices virtuosos cuya máxima expresión, Diego Maradona en sintonía celestial, se corresponde con la impronta que pudo haber sellado el guionista más ingenioso.

Fue el gran Mundial de Maradona, desde luego; pero, también fue el gran Mundial de Carlos Bilardo y de unos cuantos jugadores capitales para apuntalar la estrategia y facilitar el sublime despliegue del Diez, del genio en su salsa.

Y fue, por cierto, el Mundial de Julio Grondona, en la medida que tuvo espaldas y convicción como para dar un simbólico puñetazo sobre la mesa y sostener variopintas presiones que, además de un sector de la prensa, emanaban de los dominios del mismísimo presidente Raúl Alfonsín y en equis momento convirtieron a Bilardo en un entrenador con los días contados.

El rendimiento de la Selección, ciertamente, no ayudó a disipar los fantasmas: fueron años de experimentación copiosa que derivó en una clasificación descolorida, sufrida y agónica. De hecho, tres de los principales protagonistas del partido con Perú en el Monumental no jugaron en México: Ubaldo Matildo Fillol, Daniel Passarella y Ricardo Gareca, la sociedad que rubricó el 2-2 determinante.

De la formación del debut con Corea del Sur salió para siempre Néstor Clausen; después del segundo partido, con Italia, quedó al margen Claudio Borghi, a la vez que perdió terreno Oscar Garré e incluso Pedro Pablo Pasculli pese a que en 8vos. de final anotó el gol decisivo con Uruguay.

El embudo defensivo, un gran Sergio Batista como N° 5 de manual; Ricardo Giusti en la solidaria contribución; el ida y vuelta de José Luis Cucciufo y Julio Olarticoechea en el rol de «laterales volantes» y el dinamismo de un sorprendente Héctor Enrique.

Por saber: el desmarque de Jorge Valdano y el generoso Jorge Burruchaga, que por aquellos días era un todocampista. En el arco Nery Pumpido, lejos del perfil del arquero gana partidos. Y, Maradona, ofrendando las mejores respuestas a las preguntas imposibles de responder.

La Selección se recibió de equipo con Uruguay de aspirante al título con Inglaterra, de la mano «de Dios» y del botín zurdo con «la jugada de todos los tiempos» (Víctor Hugo dixit).

Entretanto, los planetas se alinearon: eliminado Inglaterra, la llave propia se despejó y de la otra se encargó Francia para dejar en el camino a Italia y Brasil y caer sólo con las locomotoras alemanas.

A Bélgica se le ganó sin apremios por el descomunal envión de un duelo de 4tos. de final y, claro, gracias a un Maradona trepado al cielo de su cielo.

De la final ganada hace 34 años en el estadio Azteca corrieron ríos de tinta y sin embargo persiste la ventana abierta a una pregunta: ¿hubo algo de destino escrito en el hecho de que el tercer gol argentino llegara por un magistral pase de Maradona cuando Karl-Heinz Rummenigge hizo daños significativos y había olor a remontada teutona?.

Jamás lo sabremos; pero, admitamos que la creencia en un guiño astral, o del orden que fuere, nos invita a esa poética de la predestinación sin la cual los acontecimientos del deporte perderían sustancia y sabor.

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