Derechos Humanos

Cultura de la violación

Este 8M paramos para terminar con la cultura de la violación (CDLV). Esa que se pregunta, cada 18 horas, cuando dolemos una muerta más, en qué estado se encontraba cuando la mataron. Esa que se ve reflejada en el informe de un femicidio describiendo a una víctima como “fanática de las fiestas”. Esa que se lee en las redes sociales preguntando “¿dónde estaba su mamá?”.

Tal como lo define Emilie Buchwald, en su libro Transforming a Rape Culture, la cultura de la violación es un complejo conjunto de creencias que fomentan la agresión sexual por parte de los varones y apoya la violencia contra las mujeres. Y la sociedad en su conjunto asume que la violencia sexual es un hecho inevitable.

Porque la cultura de la violación se ve reflejada en chistes, programas televisión, música, publicidad, jerga legal, leyes, palabras e imágenes que hacen que la violencia contra las mujeres y la coerción sexual parezcan normales, insertando la culpa en la víctima sin cuestionar al agresor. Quien, amparado en la cultura de la violación, es representado como una suerte de animal sujeto a sus “instintos” e incapaz de “controlarse”.

En una sociedad donde la violencia es vista como sexy, escuchamos a un referente cultural mezclar violación y fantasía cuando se le pregunta acerca de sexo con menores de edad. Donde las mujeres perciben un continuo de violencia amenazada que va desde comentarios sexuales y manoseos, hasta la violación misma. La cultura de violación tolera el terrorismo físico y emocional contra las mujeres como norma. Donde no importa que quiere una mujer, sino lo que otro es capaz de hacer con ella.

Porque la cultura de la violación está al servicio de los acosadores, los violadores, los agresores sexuales; y es que este intrincado constructo teórico en el que fuimos criados los exonera de culpas, razón por la cuál es tan difícil sentenciar (si es que llegan a instancia de juicio) en nuestro país y en nuestra provincia a los agresores físicos y sexuales cuando se enmarcan en la violencia de género.

A su vez, la CDLV llena de culpa a la víctima, razón por la cual las instancias de denuncia son muy difíciles, ya que muchas veces desde el ámbito privado y siempre desde las instituciones se la revictimiza. Cuando se les pregunta que llevaban puesto (en caso de agresión sexual), si tomaron alcohol, si estaban drogadas, si “provocaron” al agresor. Y en casos de golpiza, se les pregunta que hicieron para merecer la violencia, o bajo las nociones del amor romántico “que todo lo puede” (que también forma parte de la CDLV) se le pide a la víctima que perdone a su agresor, tildando de “histeria” a ataques de ansiedad o pánico.

Sin embargo, mucho de lo que aceptamos como inevitable es, de hecho, la expresión de valores y actitudes que son aprendidos y por lo tanto, se pueden desaprender a partir de prácticas y reflexiones colectivas e individuales.

Como agentes sociales reproducimos diariamente la CDLV  y al hacerlo, avalamos sus prácticas y legitimamos sus violencias. Desde la Marcha de lxs Putxs Chaco-Corrientes, proponemos acciones que nos ayuden a desaprender la cultura de la violación, animándonos a desafiar la heteronorma patriarcal que nos impone éstos modos violentos y de ser y de actuar. Para tomar conciencia colectiva del flagelo que sufrimos las mujeres en la cultura de la violación. Y para que la conciencia se vuelva acción. Ni una menos. Vivas nos queremos. 

Cooperativa La Prensa

Cooperativa de Trabajo y Consumo Ltda La Prensa

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