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El 21 de mayo y los 600 armados de la legión infernal

En la víspera del Cabildo Abierto, en la calle se hacía sentir la demanda popular de cambios. La chispa que se haría fuego en mitad de la Plaza era imposible de detener.

Hacía tiempo que el ritmo natural que durante siglos había caracterizado a las colonias españolas de América se había alterado. Las guerras en Europa, las mismas reformas borbónicas de la segunda mitad del siglo XVIII, la inquietud de la aristocracia española americana y el descontento de muchos criollos, generaban no pocas preocupaciones. El comercio con los ingleses y la circulación de ideas liberales hacían que la sociedad de los estratos sociales definidos y duraderos comenzara a resquebrajarse.

El 14 de mayo de 1810, los habitantes de Buenos Aires pudieron confirmar los rumores que circulaban intensamente: la Junta Central de Sevilla, último bastión de la Corona española en pie, había caído también a manos de los ejércitos napoleónicos. Inmediatamente, el virrey Cisneros advirtió que se crearía una nueva regencia americana en representación de Fernando VII y en defensa de la Corona. Pero la Junta que lo había nombrado había desaparecido y los patriotas porteños creyeron que era momento de convocar a un Cabildo Abierto que discutiera los pasos a seguir.

El 19 y 20 de mayo, las reuniones fueron febriles. El 21 de mayo, a las nueve de la mañana, los cabildantes se encontraban como todos los días para tratar los temas de la ciudad. Pero a los pocos minutos debieron interrumpir sus labores. La Plaza de la Victoria estaba ocupada por unos 600 hombres armados de pistolas y puñales que llevaban en sus sombreros el retrato de Fernando VII y en sus solapas una cinta blanca, símbolo de la unidad criollo-española desde la defensa de Buenos Aires.

Este grupo de revolucionarios, encabezados por Domingo French y Antonio Luis Beruti, se agrupaban bajo el nombre de la «Legión Infernal» y pedía a los gritos que se concrete la convocatoria al Cabildo Abierto. Los cabildantes acceden al pedido de la multitud. El síndico Leiva sale al balcón y anuncia formalmente el ansiado Cabildo Abierto para el día siguiente. Pero los «infernales» no se calman, piden a gritos que el virrey sea suspendido. Debe intervenir el Jefe del regimiento de Patricios, Cornelio Saavedra, quien logra calmarlos garantizándoles el apoyo militar a sus reclamos.

Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Cornelio Saavedra, Martín Rodríguez, se encuentran entre los que empujan el nuevo rumbo. Pase lo que pase, ya no hay vuelta atrás. Para recordar la semana de mayo, publicamos un fragmento del Bando que hiciera circular el virrey Cisneros el día 18, cuando era inevitable que se difundieran las nuevas noticias llegadas desde la península.

LEGIÓN

“La Legión Infernal se le llamaba a lo que hoy diríamos activistas, los militantes, quienes tienen una importancia fundamental en el contacto con la gente y quienes, en los momentos decisivos, son lo que promueven la acción popular”, explica  el historiador Norberto Galasso.

Y abunda: “Eran los hombres que venían con nuevas ideas a conmover el sosiego y la paz de la dominación. De ahí que se los calificara como ‘infernales’, por las nuevas ideas que portaban. Del mismo modo que generalmente se ha tratado de denigrar todo aquello que implicara la subversion del orden constituido”.

Entonces Los Infernales, en un número aproximado de 600, armados con pistolas y puñales y portando retratos de Fernando VII, se juntan en la Plaza de la Victoria y caminan hasta el Cabildo, que como ya dijimos estaba en otra cosa. Una vez allí dicen que si no se hace el Cabildo Abierto va a tronar el escarmiento. Y si no se va Cisneros también.

Recién cuando el síndico Leiva puso la cara y comprometió la realización del cónclave previsto para el día siguiente los ánimos se apaciguaron un poco. Y aún un poco más cuando el jefe del regimiento de Patricios, Cornelio Saavedra, confió a los infernales el apoyo militar a la causa patriota.

Cuando los cabildantes retomaron sus morosas y burocráticas rutinas lo hicieron con dos certezas que, a más de uno, le habrá causado escozor: 1) a partir del 22 de mayo las cosas difícilmente volverían a ser lo que eran; 2) La Plaza, esa plaza que era el corazón de la Gran Aldea, estaba llamada a ser escenario de grandes gestas, que la salpicarían de alegrías y tristezas por lo menos durante más de 200 años (así de avisados estaban algunos).

AQUELLA PLAZA…

¿Cómo era Buenos Aires en 1810? En “Los mitos de la historia argentina”, Felipe Pigna, anota: “Ir de shopping llevaba muy poco tiempo. Bastaba atravesar la Plaza de la Victoria y recorrer la Recova, donde estaban los puestos de los ‘bandoleros’, como se llamaba entonces a los merceros, frente a una doble fila de negocios de ropa y novedades. Esto daba cierto margen para la vida nocturna, que tenía en las tertulias su expresión más elegante”.

“En la Plaza de la Victoria había negocios, en lo que después se llamó La Recova”, relata Galasso, quien detalla que “era un lugar donde se movía en general la gente de lo que hoy diríamos clase media, aunque no existía como tal en aquel entonces, ya que era una sociedad en formación”.

En la Plaza de la Victoria el historiador detalla que estaban también “quienes realizaban las tareas más populares, como el aguatero, el sereno, el cartero, etc., además de aquel comercio limitado y restringido que se ubicaba principalmente en las calles y en los alrededores”.

“Una vez a la semana -narra Pigna- ‘la parte más sana del vecindario’, como definía el Cabildo a sus miembros, es decir, los propietarios porteños, concurría al teatro para asistir a paquetas veladas de ópera y disfrutar de las obras de teatro de Lavardén”.

Será a partir del 21 de mayo que aquel cielo comenzará a acercarse rápidamente al infierno y todo lo que sucedía “sobre las tablas” cambiará de escenario, para trasladarse al corazón mismo de la Plaza.

VÍSPERAS DE 22

“El Excmo. Cabildo convoca á Vd. para que se sirva asistir, precisamente mañana 22 del corriente, á las nueve, sin etiqueta alguna, y en clase de vecino, al cabildo abierto que con avenencia del Excmo. Sr. Virrey ha acordado celebrar; debiendo manifestar esta esquela á las tropas que guarnecerán las avenidas de esta plaza, para que se le permita pasar libremente”.

Así decía la invitación que Cisneros y el Cabildo habían mandado a repartir el 21 de mayo y que estaba destinada, en principio, a los vecinos promientes de la ciudad. Pero ya dijimos que el diablo había metido la cola y el encargado de la impresión, Agustín Donado, un infernal como cualquier otro, imprimió muchas más de las ordenadas para repartirlas entre los criollos, a los que los chisperos de la revolución franquaerían el paso el día siguiente.

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