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El rock pasó la prueba de intentar amoldarse a la nueva normalidad

Por Mauro Bistman

El evento fue el pasado viernes 12 de febrero de 2021, en El Coliseo; un lugar que poca gente puede no ubicar mentalmente en nuestra ciudad.

La Banda, Reina Momo. Una reconocida formación de Resistencia, destacada por su calidad musical y respeto hacia su concepto constitutivo: ser un tributo a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, tocar sus temas y representar la energía que buscan como el aire los fanáticos de esa especie de religión liderada por el Indio Solari.

En principio, tenía la idea de que hay energías que no pueden ser protocolizadas. Hay sensaciones inmunes a los ansiolíticos para quien se encuentra espiritualmente en ciertos lugares específicos, con cierta gente específica y viviendo ciertos espectáculos específicos.

El recital comenzó minutos después de las 21 y se extendió hasta las 23. Crédito: Gabriel Bobis

El rock, como el futbol, es una construcción pasional. Parece no haber forma de que su erupción se pudiera dar en un contexto de electrocardiogramas planos y espacios personales restringidos.El rock no es cosa de burbujas.

Pensar así tiene su lógica: el ritual del pogo sólo se entiende en un contexto de pares que necesitan chispear para ver si pueden meterse dentro del otro para sentir lo que se siente, pero todos juntos. Y cuantos más seamos, mejor.

En las tribunas futboleras, insisto en esa comparación porque es el único fenómeno que se me ocurre equiparable, además de otras expresiones musicales populares, claro, todavía el público está vedado. Aunque, no se puede desconocer, muchas veces hay más gente que la necesaria en los estadios.

En Resistencia, lo que sí se ha concretado es la reapertura de ciertos espacios para espectáculos producidos de manera independiente  y, tratando de contradecir todo lo dicho anteriormente, una banda de rock se la jugó: armó un recital. No hablo de una fiesta clandestina, habló de un show con todo lo que eso implica en las condiciones  en que la pandemia nos está queriendo acostumbrar a vivir.

Era toda una incógnita ver cómo podía adaptarse el público ricotero a la nueva normalidad. No sólo por la posibilidad de que pudiera desoír los protocolos, sino también por la chance de ver cómo funciona esa energía tan particular en caso de que sí se respetaran.

Reina Momo
El primer espectáculo de rock en pos pandemia de la mano de Reina Momo. Crédito: Gabriel Bobis

Primera diferencia, tras poco menos de un año sin este tipo de shows: si no les creíste que arrancaban a horario, llegaste tarde.

Minutos después de las 21, Juan Montenegro (guitarra y voz), Santi Cicutta (saxo), Cuervo Bastacine (batería), Pablo Figueroa (guitarra), Seba Salinas (bajo) y Manucho Fernández (teclados) comenzaron a mostrar que no habían ahorrado en la puesta en escena. Escenario, luces y, sobre todo sonido lo hacían evidente.

Unas 400 personas terminaron congregándose en un espacio que alcanzaba para respetar holgadamente los porcentajes de ocupación permitidos.

En la primera parte del recital, la fiesta fue fluyendo como con desconfianza. Las sillas ubicadas frente al escenario y las mesas que se iban armando en la periferia le otorgaban un aspecto teatral que por momentos explotaba en coros colectivos con brazos levantados y alguno que tímidamente se paraba para saltar en su lugar. Todo muy ordenadito.

Casi una hora después de haber empezado, se anunció un intermedio fijado por protocolo para que la gente pudiera circular hacia los sanitarios o cantinas.

Reina Momo
Unas 400 personas disfrutaron del recital ricotero en el Coliseo. Crédito: Gabriel Bobis

A la vuelta, fue el propio Montenegro el que agradeció al público por cómo venia la noche.

Acto seguido, sonó “Vamos las bandas”, y los que saltaron en sus lugares fueron algunos más. Y había cada vez más fiesta, pero aún con burbujas que se podían reconocer claramente.

Sería irreal plantear que no hubo algún momento en que las distancias se relajaron. Y el momento cúlmine, como era de esperarse –yo creí que sucedería mucho antes- se produjo apenas se reconocieron los acordes de “JiJiJi”.

Partamos de la base de que esa canción no puede ser tomada a la ligera, estamos hablando de un himno que contiene al que, por unanimidad, en la Argentina se denomina “el pogo más grande del mundo”. Era imposible que los más ortodoxos y militantes de la pasión ricotera pudieran mantenerse al margen.

Si esos recitales son una misa, ese es el momento de la comunión.

Pero no se vió un gran pogo. Yo vi pequeños pogos.

Las islas habían cobrado movimiento, se habían desordenado, pero seguían pareciendo islas; aún en pleno trance.

La fiesta había empezado temprano y terminó temprano. Para las 23 se iban apagando las luces de una excelente experiencia rockera. Aún más valiosa por ser la primera de su tipo en nuestro mundito covid.

Reina Momo.
El público sentado frente al escenario, en las sillas dispuestas por el protocolo. Crédito: Gabriel Bobis

La banda, cumplió con creces.

Gran porcentaje de barbijos colocados, sobre todo en los espacios de tránsito.

No hubo desbordes.

La gente se desconcentró rápido y esa especie de templo de la música popular ya empezó a prepararse para la noche siguiente. El sábado, la cumbia iba a tener su propia “reinauguración”. Ese viernes, el rock, de la mano de Reina Momo, había demostrado que se puede.

 

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