La Sociedad

En los campos del señor

*Honra funebre a Luis Bordón. Autor: Marcelo Nieto

Querido Luis:

Es extraña esta postura, la de hablarte cuando ya no estás; una conversación que cae en el soliloquio,  en el monólogo interior.

Aunque no me resulta forzado:  pensándolo bien, nuestras pocas conversaciones tuvieron el sesgo de la unidireccionalidad: yo hablaba y vos escuchabas, sonreías, asentías, acompañabas.

Además, caigo en cuenta que mayormente versaron sobre la muerte.

Si me abrí a mi dolor cuando te contaba de haber perdido al amor de mi vida, me diste lo que buscaba: ser escuchado. Y sabía yo que un psicólogo tiene la virtud y el ejercicio de escuchar, de “saber” escuchar.

En aquella antigua charla que rememoro, te contaba de cómo sabía el impacto de la muerte, de cómo la conciencia de la ausencia me hacía temblar, de cómo había explotado el andamiaje de mis creencias, lo inadmisible de sentir que reina el ciego azar (…no hay mayor clik que cuando se rompe la lógica), lo inaceptable de la idea de la nada.

Te hablaba de cuando se desgarra la realidad, de la hiel del sinsentido, de esos días depresivos solo avivados por  incontinentes llantos que se manifestaban sin haberse anunciado…

Más allá de las palabras corteses, callabas. Más allá de las frases reconfortantes, callabas.

Que no significaba otra cosa que concederme la libertad. De pensar. De sentir.

Registro otra conversación, tras la muerte de tu padre. Era el 2 de noviembre y te decía que la fecha auspiciaba darte mi tardío pésame. Y que te obsequiaba una frase de Alejandra Pizarnik que me había verdaderamente avasallado: “La muerte de mi padre me ha acercado más a mi propia muerte”.

Y también te comenté la sorpresa al enterarme recientemente  que tu padre había sido que fue  el  último médico de mi mujer… “Naturalmente  la acompañaba a sus citas médicas, lo veíamos llegar, entrábamos a su consultorio, lo escuchábamos como feligreses  al párroco, entregados a su ciencia… Y resultó que era tu padre…”

Y también  te comenté su peculiar  personalidad y la estampa que me había quedado de él, “Tu viejo parecía un científico loco…”.

En fín, cómo la urdimbre de la vida hacía su trama, unía en algún punto del tejido acciones y personas, como me sucedió con Luis en el diario.

Recuerdo que te reíste, “Tal cual, científico loco” y me agradeciste la frase de la Pizarnik.

Por qué…?

Es la pregunta que nos toca ahora Luis. La pregunta tremenda, incisiva,  que decirla  duele, que no tiene otra confirmación que  el de la derrota, ya que no hay una respuesta victoriosa para el presente aciago

Qué puede caber de persuasivo ante el dolor de la muerte?

Dónde hallar un remedio eficaz para el alma que llora?

Qué le van a hablar de la fe y la belleza de la vida, a un corazón que sangra?

Insolente se siente  contestar el por qué, porque… es abrir la puerta del más allá.

Platón cuando relata  la muerte de Sócrates, dice que él y sus amigos, no lloraban por Sócrates, sino por ellos mismos, por verse privados de un alma tan  hermosa…

Si tu alma fue hermosa Luis, es porque  viste un millar de soles y un millar de lunas; conociste el amor y la desolación, te pusiste alas de felicidad y arrastraste  las pesadas cadenas de la tristeza

Creaste, te equivocaste y acertaste, luchaste,buscaste el Bien, el Amor,  te preparaste para estudiar la naturaleza humana, soñaste…  Y  te nos adelantaste.

Habrás visto en el grupo de compañeros del diario cuánto cariño despertabas, cuantas buenas virtudes fueron celebradas. Qué paradoja que tu muerte nos invite a ahondar en tu calidad humana, a valorar en su esplendor a esa, tu alma tan hermosa…

Dichosos quienes fueron (y son) tus amigos, quienes te amaron (y te aman), quienes pudieron disfrutarte. Son los que más lloran, compungidos porque te has ido, sin atisbar tal vez que tu espíritu se ha liberado de la prisión del cuerpo.

“…Oh espíritu libre eres…!”

En el libro “El pájaro azul”, Maurice Materlinck escribe que los muertos despiertan de su profundo sueño cuando son recordados.

Nos quedan los recuerdos, en especial, los buenos recuerdos, los que te devuelven a la vida.

Seguramente, tras la muerte, uno va hacia el lugar donde ha creído en vida. Así, los cristianos van al cielo o al infierno, los orientales trasmigran a otro cuerpo, los ateos van a la nada.

Qué maravillas y dimensiones está observando ahora, tu mirada clara?

Por cuáles cielos luminosos andás, Luis…?

 

M.N.

 

 

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