Opinión

La activista y pensadora Marlene Wayar presenta su libro “Furia travesti. Diccionario de la T a la T”

Los lazos de amistad, las solidaridades, las formas de maternar y las de prostituirse, las estrategias de seducción y las de supervivencia. Los nombres propios, las picardías, las cicatrices, la elaboración de una teoría propia. Todo eso encuentra lugar en Furia travesti. Diccionario de la T a la T, el último libro de Marlene Wayar, referente fundamental del activismo travesti y trans argentino, que acaba de salir por el sello editorial Paidós y que ya está en las calles. Soy adelanta algunas entradas de este diccionario en el que la letra T es reina y en el que cada definición, más que aportar certezas, lugares comunes o seguros, pone a tambalear las relaciones entre las palabras y el mundo.

Por: Revista SOY de Página 12

TETAS

El primer recuerdo que tengo de mis tetas es vergonzoso. Como de pequeña era bastante gorda, tenía tetas prematuras. Recuerdo un día, cuando estaba en el secundario, en Córdoba, que hubo unas jornadas de competencias deportivas en un club cercano a la escuela. Fue una mañana calurosa, húmeda, pesada. Al mediodía, cuando estábamos regresando, nos sorprendió una lluvia torrencial que se desató de manera inesperada. Nos bañó pero no hacía frío, era una lluvia que venía a calmar una inmensa sensación de calor aplastante. A las chicas con las que estaba, empapadas y con las remeras adhiriéndose a la piel, se nos marcaban las tetas, y a las que no tenían corpiño se les transparentaba el pezón. A mí se me transparentaba el pezón. Las chicas empezaron a ponerse las camperitas y las que no teníamos nada para abrigarnos nos esforzábamos por separar el algodón de las remeras de nuestro cuerpo. Yo no lo estaba consiguiendo y me daba mucha vergüenza. Eso que siempre vivía en privado y había disfrutado mucho, que era juntarme las tetas y mirarme en el espejo, ponerme escotes, fingir escotes con las remeras que cada vez me quedaban más grandes, ahí, a la vista de todes, me daba mucha vergüenza.

De esa misma época tengo otro recuerdo. Una vez nos cruzaron unos chicos de 5º año (nosotras recién estábamos en 2º) y sus miradas me invadieron de vergüenza. Días después, nos tocó decidir en Gimnasia a qué escuadra íbamos cada una. Podía ser natación, rugby, fútbol, vóley o básquet. Esos mismos chicos me vinieron a decir que me querían en la escuadra de rugby, que la iba a pasar muy bien y que iba a ser como la mascota del equipo. Y a mí, que todos me atraían, me causaba una tremenda confusión de sensaciones y emociones esa invitación. Se juntaban el deseo y el miedo, fundamentalmente a convertirme realmente en eso que me ofrecían: ser una mascota, un objeto sexual, caer en desgracia. Pero, a la vez, me tentaban la intriga, el deseo y barajar la posibilidad de convertir ese sitio de mascota en un lugar de poder. El miedo le ganó al deseo y opté por lo que no solo me gustaba sino que, estratégicamente, me parecía lo mejor, la natación: competir contra mí misma y no contra otro equipo, que el resto no pueda culparte por tu impericia, por hacerles perder o por no ayudarles a ganar.

TETAS (QUIERO MIS TETAS Y LAS QUIERO YA)

Después, cuando ya entré a la comunidad trava, durante mi preadolescencia, solía preguntarle a las travestis grandes cuándo me iban a crecer las tetitas. Sisí, que era mi amiga, mi protectora, de una generación anterior, algo así como mi mamá de calle, había planeado que lo hiciera con mucho cuidado, que tuviera paciencia y esperara a la mejor siliconera, que era la que hacía las mejores tetas, las tetas más seguras. Sisí me cuidaba, ya que mi experiencia con las hormonas había sido muy frustrante.

Las tetas, durante toda la adolescencia, son el gran deseo y la gran incógnita, y creo que es lo que más nos empuja a tomar la decisión de la prostitución: la necesidad de juntar el dinero necesario para hacértelas. En esos momentos había contadas prótesis en todo el país, porque los cirujanos no nos recibían. Las que tenían prótesis, en general, era porque habían robado o tenían mucho dinero. El precio de las prótesis estaba en dólares, no había nada de industria nacional (creo que sigue siendo así), y la opción era entre las yanquis y las alemanas. Por esos días aparecieron las prótesis de algas corrugadas, que evitaban que las tetas se encapsularan. Pero eran pocas las que las tenían, sobre todo porque había que comprarlas y después afrontar los honorarios del cirujano, incluidos los del quirófano.

De todas maneras, lo que ocurrió inmediatamente después, cuando otros cirujanos empezaron a operar tetas a travas en general, es que se hacían en condiciones de absoluta precariedad. ¡Han llegado a hacer estas cirugías en las cocinas de sus casas! No alquilaban quirófanos. Otras, que sí se hacían en lugares asépticos, en los quirófanos y con equipo médico, igualmente eran operaciones que se hacían de noche, en circunstancias irregulares. Las que se operaban en condiciones completamente saludables eran la excepción y en general se debía a que tenían algún amigo importante que, como era cliente y quería ponerle las tetas a su trava, hacía el pedido y los cirujanos aceptaban con el compromiso de que fuera en silencio absoluto y aclarando que en el posoperatorio no se iban a hacer cargo más que de un par de limpiezas, de sacarle los puntos y no mucho más.

Entonces, la mejor opción eran las siliconas o las hormonas. Pero las hormonas tardaban mucho, eran complicadas, producían unas tetas mucho más femeninas pero la verdad es que dependía mucho de los cuerpos, no había asistencia endocrinológica, así que por más que al principio empezaras con hormonas, el objetivo generalizado para todas era ponerse siliconas: tener por fin tetas y dejar de depender de la hormonización.

En esos años, y con esa precariedad, se produjeron todos los errores habidos y por haber. Al verse con las tetas recién operadas, esa noche las chicas salían a bailar o a trabajar, porque a veces tenían la plata justa y tenían que seguir sosteniéndose o tenían que seguir pagándolas. Estos descuidos ocasionaban desmanes en las tetas nuevas. Había tetas que se corrían hacia las axilas o hacia la panza; una sola teta porque se juntaban en el medio; tetas con pezones mirando hacia abajo… Yo agradecí mucho el cuidado de Nadia y de Sisí porque las tetas me quedaron perfectas. Fueron uno de mis fuertes. Era como que vinieron a llenarlo todo: el deseo de tener una imagen acorde a lo que una imaginaba de sí misma, ese sentir que habías alcanzado algo, que por fin tenías las tetas.

Después, mucho tiempo después, se popularizó el acceso a los cirujanos y cada vez empezó a hacerse todo más industrial. Ocurrió que los cirujanos, en un momento dado, advirtieron que las travestis eran un nicho de mercado que no estaban explotando y que era absolutamente rentable en cuanto a lo económico. En general, todas las tetas han sido pagadas al contado y con toda la plata junta. Mientras Argentina sufría procesos económicos en donde este tipo de recursos sufrían una severa recesión, las travestis siempre tenían esa posibilidad. Una combinación explosiva entre la urgencia, el deseo y la búsqueda de plata para pagarlas.

TETAS (ROBADAS)

Una noche salí con un tipo de clase media, el típico varón de vacaciones en Córdoba que, lejos de su familia, se toma la licencia o el gusto de salir con una travesti en una noche de jolgorio. Venía muy borracho y me pareció cargoso pero manejable, y además pagaba bien. Fuimos a un hotel de los del centro, lindo pero bastante informal. Me costó bastante hacerlo terminar porque el nivel de alcohol que tenía le provocaba disfunción eréctil. Fue todo un tema. Cuando logré que eyaculara, se desplomó en la cama, se desmayó de cansancio. Yo me empecé a vestir haciendo ruido, hablándole para que no se durmiera porque teníamos que salir juntos del hotel; si no, no me dejaban salir a mí sola. Enseguida me di cuenta de que el sueño de este señor era muy pesado. Estaba absolutamente dormido y lo empecé a tocar para ver si se despertaba. No, no se despertaba. Me puse a revisar sus cosas, el pantalón, la billetera. No tenía mucho dinero y no tenía mucho sentido robárselo porque, además de que era poco, iba a ser un signo, se iba a dar cuenta de que le faltaba. Seguí revisándolo y noté que no se había sacado las medias. Le toqué las medias y vi tenía un bulto: eran dos fajos, uno en cada media. ¡Dólares! Me empezó a latir fuertísimo el corazón, lo sentía en el pecho y en los oídos, me latía ahí. Se me hizo presente la posibilidad concreta de mis tetas. Tomé el dinero, encaré hacia la puerta del hotel y ahí, en la puerta, me dijeron que teníamos que salir juntos. Yo respondí: “Está demorado, pero ahí sale”. Me apuré hacia la puerta y salí sin ninguna consideración. Me fui corriendo hasta el hotel y esperé a que llegara Sisí. Cuando vino, le mostré la plata y le conté todo. Yo ni tenía idea a cuánto estaba el dólar, pero ella me dijo que era mucha plata. No solo alcanzaba para mis tetas; también, para el reposo, para todo. Sisí se puso en campaña para que viniera Lorena. El dinero de las medias lo pagó todo y hasta alcanzó para que Sisí se comprara una heladera. Me pidió que le diera todo el dinero junto y me dijo que después me lo iba a ir devolviendo en cuotas. Finalmente se la regalé. No quise que me devolviera la plata porque valía por todo el cariño, que me venía demostrando y sobre todo por lo mucho que me cuidaba y me cuidó después en mi posoperatorio.

TETAS (SILICONAS)

Aunque había muchas opciones, la única que barajaba Lorena, que era la mejor siliconera, era la de mayor calidad, porque no traía consecuencias; era una silicona más pura, como triple 0, que se conseguía en las droguerías. Además del dinero para la silicona había que conseguir el dinero para pagarle a la siliconera y para hacer el posoperatorio, para estar varios días reposando sin salir a trabajar y tener pagado el hotel, tener pagadas las comidas y lo que demandarían esos días en los que alguna otra trava siempre te hacía de enfermera y te cuidaba. Necesitabas tener ese dinero. Y, además, Lorena tenía que viajar hasta Córdoba. Por eso teníamos que ser varias las clientas que nos hiciéramos cargo de los honorarios, el viaje y la estadía de la siliconera en la ciudad.

Las sensaciones que aparecen luego de colocarse siliconas varían según cada una. Muchas conservamos la sensibilidad del pezón, que es algo completamente nuevo y muy fuerte. Otras dicen que son como cualquier otra parte del cuerpo, sin ninguna sensibilidad específica, y algunas pierden la sensibilidad en el pezón —esto puede pasar tanto en el caso de la silicona como de la prótesis—. En general se sufre más el frío porque ese cuerpo extraño que es la silicona o la prótesis tiene una temperatura que no es la corporal; entonces, en invierno, se enfrían y cuesta mucho volver a calentarlas. Esto pasa también en las caderas o en las piernas, en cualquier parte en la que se tenga silicona, pero la de las tetas te afecta mucho más por estar tan cerca de los pulmones.

Si tenés neumonía o tuberculosis, la situación siempre se agrava porque tenés ese frío ahí, muy cerca de los pulmones. La silicona te modifica hasta la forma de caminar. Hay quienes caminan como a los saltitos para que las tetas vayan retumbando. Son, junto con la sonrisa, la puerta de entrada al acto de seducción. A veces es lo más importante para que un hombre se acerque, aun cuando después, en la cama, pasen a segundo plano. Hay tipos que ni siquiera te tocan o te besan las tetas, van por otro lado, pero como puerta de entrada son importantísimas.

Yo me puse medio litro de silicona. Había mucha experiencia previa en el tema y en especial mucha información sobre el gran error de ponerse de más, sobre todo por el hecho de no soportar los rieles. Los rieles son como un esqueleto de elástico ancho y grueso que es como un corpiño sin taza. En esa taza vacía se aloja la silicona y se usan para que no se corran ni se junten.

Los rieles provocaban mucho dolor, además de cansancio, porque era tener como una mochila sobre los hombros, en los huesos, en las costillas. Además producían una quemazón en la piel, ya que no podías sacártelo al menos por tres días. Tampoco había que hacer movimientos bruscos, ni estar parada o correr, y tenías que dormir sentada para que la silicona no se corriera hacia los lados. Imaginen que entra como un aceite bastante líquido que se va solidificando con el paso del tiempo. Entre las tetas, además del elástico que las separaba, va un riel para asegurarse que estén bien apretadas y no se junten. Padecí mucho esos días. Evité la quemazón porque, por su experiencia, Sisí me colocó medias de toalla entre la piel y el elástico para evitar que se me marcara y me quemaran.

La rutina era así: Sisí y Nadia se iban a trabajar y yo me quedaba descansando y aprovechando ese tiempo para dormir. Dormía sentada en un sillón de mimbre con las piernas sobre una banqueta y rodeada de almohadas para no caerme hacia los costados. Esto duró estrictamente tres días.

El tercer día almorcé sentada a la mesa sin hacer muchos movimientos y me saqué los rieles para descansar y para relajarme un poco. No podía creer esas tetas mías hechas con medio litro: eran espectaculares porque nada se había corrido, habían quedado muy bien formadas y yo las medía no en tazas de corpiños sino en las manos. Me las agarraba y daban grandes en mis manos. Me parecían que eran del tamaño perfecto: no se veían inmensas pero imaginaba que en las manos de cualquier hombre desbordarían porque eran voluptuosas.

Al cuarto día fue mi primera experiencia. Me aconsejaron no ir a trabajar esa noche pero me permitieron ir al boliche que estaba a media cuadra de donde vivíamos, en la zona de la San Martín, en Córdoba. La idea era distraerme, pero sin moverme mucho ni exponerme al manoseo. Salí sola de casa para encontrarme con las chicas que iban a llegar después de la rutina laboral.

Vivíamos en un lugar que compartíamos, un prostíbulo en donde alquilábamos parte de las habitaciones y el arreglo era que nosotras éramos inquilinas pero no podíamos trabajar en esa cuadra. Los clientes que pasaban por esa cuadra iban a ese prostíbulo y eran clientes de las mujeres que trabajaban allí, que llegaban ahí encargadas por sus maridos. Entonces nosotras recién podíamos trabajar en el boliche Somos. Resulta que en la cuadra por la que iba caminando hacia el boliche, vi un chongo que caminaba derechito hacia mí. Sisí me había prestado una remera color plateado que tenía escote espejo. Mis tetas cabían espectacular y se veían preciosas. Observar la cara del chongo, cómo se posaron sus ojos en mis tetas y se quedaron ahí hipnotizados, fijos en mi escote, me produjo una emoción terrible.

Subió la mirada, me miró a los ojos y yo no sé cómo pero con un gesto, una sonrisa, abrí una puerta para que se acercara y el chongo, hipnotizado, levantó la mano, me agarró las tetas y dijo algo que no recuerdo, una cosa así como “qué preciosas, qué espectacular”, y agregó que quería salir conmigo. Le dije: “No puedo, voy al boliche y no puedo levantar, acá trabajan las mujeres solamente, pero si querés seguí caminando, da toda la vuelta manzana y buscame después del boliche”. Me fui caminando despacio, dándole tiempo, llegué al boliche, esperé un rato pensando que el chongo no iba a volver y justo cuando descartaba la idea de volver a verlo y estaba por entrar rauda al boliche —no sea cosa que pasara la policía y me levantara— apareció en la esquina. Hicimos un arreglo que no fue económicamente importante, pero me lo llevé a casa. Le advertí que tuviese especial cuidado con mis tetas y lo hizo. Nunca me voy a olvidar de esa noche. Ver su boca prendida a mi pezón me dio la sensación de poder más fuerte que sentí en toda mi vida.

 

Cooperativa La Prensa

Cooperativa de Trabajo y Consumo Ltda La Prensa

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