La Sociedad

La gesta de la segunda invasión inglesa

El 5 de julio de1807, en su segundo intento de apoderarse de Buenos Aires, las fuerzas inglesas, esta vez comandadas por el general Whitelocke, fueron enérgicamente rechazadas por las tropas comandadas por Santiago de Liniers y Martín de Álzaga. Los ingleses sufrieron grandes pérdidas y hasta se les arrojó agua caliente desde las terrazas.

Los ingleses afectados por el bloqueo impuesto por Napoleón van a insistir en obtener el control del Río de la Plata, al mando del teniente general John Whitelocke y los brigadieres Auchmutchy y Craufurd. Junto a la flota de guerra arriban barcos mercantes con el fin de comerciar.

El 28 de octubre se presentan en las costas de Montevideo, y avanzan hacia la zona de Maldonado, y quedan rápidamente en manos inglesas al derrotar una pequeña partida del ejército español.

Ruiz Huidobro, por entonces gobernador de Montevideo, lanza una proclama a los habitantes de la ciudad invitándolos “a morir antes que rendirse”. Las tropas inglesas sitian la ciudad. En Buenos Aires una junta de guerra le recrimina al virrey Sobremonte su falta de accionar y es destituido el 10 de febrero de 1807. Santiago de Liniers había cruzado a Colonia y se enfrentó a los ingleses. Es derrotado el 3 de febrero de 1807 y regresa a Buenos Aires.

Los ingleses distribuyen el periódico La Estrella del Sur para ganar adeptos pero pronto se dan cuenta de la hostilidad de la población para aceptar la bandera inglesa. Esta situación los lleva a decidir atacar Buenos Aires. El 28 de junio de 1807 llegan a Ensenada y deciden eludir a Liniers cruzando por Pago Chico y la entrada en la ciudad es inminente. El alcalde de primer voto Martín de Álzaga convocó a la gente en la Plaza Mayor y se niega a capitular. La resistencia de los vecinos en las calles se ve aliviada con la llegada de Liniers y 1.000 hombres que estaban a su mando. El 5 de julio los ingleses tratan de entrar en la ciudad y reciben desde las azoteas y casas todo tipo de proyectiles (desde armas caseras, piedras a cargas de fusil). El objetivo de las tropas inglesas es llegar a la Plaza Mayor, para desde allí tomar toda la ciudad. Al llegar a Santo Domingo reciben el ataque de los patricios y los ingleses no pueden resistir. El 7 de julio finalmente Whitelocke acepta la rendición.

LA MIRADA DE PIGNA

El historiador Felipe Pigna, da cuenta de maneras muy atractiva el transcurso de la invasión y sus resultados:

En la segunda mitad del siglo XVIII el dominio inglés de los mares era indiscutible.

En este contexto de búsqueda de nuevos mercados, tuvieron eco en Londres las ideas del revolucionario venezolano Francisco de Miranda, personaje novelesco que fue amante de Catalina II de Rusia, soldado de Washington y general en la Revolución Francesa. En marzo de 1790 le había presentado al Primer Ministro inglés W. Pitt un plan de conquista de las colonias americanas para transformarlas en una monarquía constitucional con la coronación de un descendiente de la casa de los Incas como emperador de América.

Mientras tanto, en Buenos Aires, la  noche del 24 de junio de 1806, el virrey Sobremonte asistía a la función teatral de la obra de Moratín El Sí de las niñas cuando recibió una comunicación del Comandante de Ensenada de Barragán, capitán de navío francés Santiago de Liniers, en la que le informaba que una flota de guerra inglesa se acercaba y que había disparado varios cañonazos sobre su posición.

A las 11 de la mañana del 25 los ingleses desembarcaron en Quilmes y en pocas horas ocuparon Buenos Aires. El virrey Sobremonte huyó y trató de salvar los caudales públicos, pero estos serían finalmente capturados por los británicos.

La impopularidad de Sobremonte está reflejada en estos versos que ridiculizan su huida:

“Al primer disparo de los valientes/ disparó Sobremonte con sus parientes/ Un hombre, el más falsario,/ Que debe a Buenos Aires cuanto tiene,/ Es un marqués precario/ Y un monte que y viene/ Y sobre el monte ruina nos previene”

COLONIA INGLESA

Buenos Aires sería por 46 días una colonia inglesa. Los oficiales ingleses alternaban con las principales familias porteñas y se alojaban en sus casas, donde se sucedían las fiestas en homenaje a los invasores. Era frecuente ver a las Sarratea, las Marcó del Pont, las Escalada, paseando por la alameda (actual Leandro .N. Alem), del brazo de los «herejes».

Pero la mayoría de la población, que era hostil a los invasores y estaba indignada por la ineptitud de las autoridades españolas, decidió prepararse para la resistencia. Aparecieron varios proyectos para acabar con los ingleses. El jefe del fuerte de la ensenada de Barragán, el marino francés Santiago de Liniers, se trasladó a Montevideo y organizó las tropas para reconquistar Buenos Aires. Pocas semanas después del desembarco, Liniers y su gente obligaron a Beresford, tras haber perdido 300 de sus hombres, a rendirse el 12 de agosto de 1806.

El  diarioTimes no salía de su asombro: “El ataque sobre Buenos Aires ha fracasado y hace ya tiempo que no queda un solo soldado británico en la parte española de Sudamérica. Los detalles de este desastre, quizás el más grande que ha sufrido este país desde el comienzo de la guerra revolucionaria, fueron publicados en el número anterior.”

Ante la ausencia del Virrey Sobremonte, un Cabildo abierto otorgó a Liniers el mando militar de la ciudad, como corolario de una pueblada a cuyo frente iban Juan José Paso, Juan Martín Pueyrredón, Joaquín Campana y el poeta Manuel José de Lavardén.

Esta medida era claramente revolucionaria: el cabildo ejerciendo su soberanía, pasaba por encima de la voluntad del virrey.

OLIENDO EL FUTURTO

Frente a la posibilidad de una nueva invasión, los vecinos se movilizaron para la defensa formando las milicias ante el fracaso de la tropa regular española.

Todos los habitantes de la capital se transformaron en milicianos. Liniers permitió que cada hombre llevara las armas a su casa y puso a cargo de cada jefe las municiones de cada unidad de combate.

Los nacidos en Buenos Aires formaron el cuerpo de Patricios, en su mayoría eran jornaleros y artesanos pobres; los del interior, el de Arribeños, porque pertenecían a las provincias «de arriba», compuesto por peones y jornaleros; los esclavos e indios, el de pardos y morenos. Por su parte los españoles se integraron en los cuerpos de gallegos, catalanes, cántabros, montañeses y andaluces. En cada milicia los jefes y oficiales fueron elegidos por sus integrantes democráticamente.

Entre los jefes electos se destacaban algunos jóvenes criollos que accedían por primera vez a una posición de poder y popularidad. Allí estaban Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano, Martín Rodríguez, Hipólito Vieytes, Domingo French, Juan Martín de Pueyrredón y Antonio Luis Beruti.

Liniers lo contará años después: “¡Qué no trabajaría yo en los once meses después de echar a los ingleses de Buenos Aires para hacer guerrero a un pueblo de negociantes y ricos propietarios!… donde la suavidad del clima, la abundancia y la riqueza debilitan el alma y le quitan energía… El dependiente era más apto que el patrón… Me fue preciso vencer todos esos obstáculos y una infinidad de otros… Aproveché de la confianza que me adquirieron mis servicios a los habitantes para hacerlos capaces de defenderse contra todos los esfuerzos que la Gran Bretaña hacía para vencerlos”.

La ciudad se militarizó pero también se politizó. Las milicias eran ámbitos naturales para la discusión política y el espíritu conspirativo iba tomando forma lenta pero firmemente.

Tal como se preveía, en junio de 1807, una nueva expedición inglesa, esta vez de doce mil hombres y cien barcos mercantes cargados de productos británicos, trató de apoderarse de Buenos Aires.

Tras vencer las primeras resistencias, los invasores avanzaron sobre la ciudad. La capital ya no estaba indefensa. Liniers, y Álzaga, alcalde de la ciudad, habían alistado 8.600 hombres y organizado a los vecinos. Los improvisados oficiales habían sido civiles hasta pocos meses antes, como el hacendado Cornelio Saavedra.

Cuando los ingleses pensaban que volverían a desfilar por las estrechas calles, desde los balcones y terrazas fueron recibidos a tiros, pedradas, torrentes de agua y aceite hirviendo. “Cuando las 110 velas de la granarmada británica se divisaron en el horizonte –dirá Manuel José García en sus Memorias-, este espectáculo capaz de intimidar a los más aguerridos no causó el menor recelo a los colonos”. Entre sorprendidos y chamuscados los ingleses optaron por rendirse.

Cooperativa La Prensa

Cooperativa de Trabajo y Consumo Ltda La Prensa

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba
Cerrar
Cerrar