La Red Creer es un espacio que promueve talleres en los que las personas privadas de su libertad acceden a espacios de confianza y contención para vincularse y desarrollarse. La salud mental es una pieza central para su desarrollo, de cara a su inserción sociolaboral y su consolidación como personas.
La salud es más que la ausencia de la enfermedad: tiene que ver con que una persona tenga satisfechas sus necesidades básicas y pueda desarrollarse. Es decir, una vida saludable demanda mirar la salud física, mental y emocional al mismo tiempo y el escenario en el que se desarrollan. En contextos de encierro, las organizaciones de la Red Creer promueven talleres de habilidades socioemocionales que, con información y prevención, les permitan a las personas construir la confianza sobre sí mismas, generar vínculos y cuidarse.
Eso, la validación y la escucha, son pilares para una salud mental estable y una base para que quienes participan en los talleres se hagan preguntas. “En la cárcel estás todo el tiempo en alerta. Eso puede generar estrés crónico, lo que implica niveles altos y sostenidos de cortisol en el cuerpo, nocivo para la salud. Espacios como los talleres de habilidades socioemocionales les permiten a quienes participan sentirse en un espacio fértil para promover el desarrollo humano y, en consecuencia, de la salud”, explicó Gabriela González, coordinadora del Eje de Habilidades Socioemocionales de la Red Creer, que nuclea a más de 150 organizaciones sociales, públicas y privadas del país que llevan adelante propuestas para la formación y el acceso a oportunidades laborales de personas que están o estuvieron privadas de su libertad.
En contextos de encierro, se atraviesan diferentes situaciones que pueden dañar la salud mental y física, como el hacinamiento, la interrupción de los vínculos familiares y las demoras para acceder a atención médica. Además, “En la cárcel predomina la angustia, no sólo para quienes esperan una sentencia firme y por tanto no saben qué va a pasar con sus vidas, sino que también reina la angustia por no saber si los van a ir a visitar, cuando podrán acceder a un beneficio, cuándo tendrán audiencia, estará la familia, sus hijos, sus padres,”, explicó González. Para las mujeres, además, contar con elementos para su salud menstrual o controles ginecológicos no es moneda corriente.
“Te encontrás en un espacio de extrema vulnerabilidad y viene un ser humano -en uno de los talleres de la Red- a preguntarte cómo estás, con escucha genuina. Es muy valorado, recalcó la coordinadora y especialista en pedagogía de emergencia, una rama que vincula educación con salud mental para destrabar experiencias traumáticas.
ACOMPAÑAR
“Todo aquello que en la comunidad abierta significa un peligro o una situación de vulnerabilidad, para una persona en el contexto de encierro se potencia”, entendió Raquel Chilo, referente de la organización salteña Ser Todxs, integrante de la Red Creer. Los espacios de formación y acompañamiento que genera desde su espacio responden a la necesidad de una futura inserción sociolaboral de las personas privadas de la libertad pero también atienden a una problemática del momento: “Una persona dentro de un penal con actividades nulas o mínimas probablemente sufra mayores consecuencias en su salud mental, como por ejemplo el inicio o agravamiento de consumos problemáticos”, explicó, también desde su experiencia de 25 años como enfermera en contextos de encierro.
Pensar la salud también demanda revisar la historia socioeconómica de las personas que se encuentran privadas de su libertad. “Observamos que en la mayoría de las trayectorias no habían accedido a una vivienda, a una alimentación saludable, a la posibilidad de recrearse o de tener un espacio de contención antes de llegar a la cárcel”, explicó Florencia Sequeira, coordinadora general de la Red Creer. Justamente, los espacios de acompañamiento y formación que generan las organizaciones buscan construir una realidad diferente y que, por primera vez, esas personas accedan a oportunidades para su desarrollo digno y su estabilidad.
